El pollo, ese gran protagonista en las dietas:

El pollo nos suele gustar, no es como el conejo (que muchos pacientes que han tenido como mascota un conejo lo rechazan comer), no es como la ternera que a veces es demasiado seca y dura, ni como otras carnes poco usadas en nuestra cultura como la carne de caballo.

Normalmente nos gusta consumir pollo y lo consumimos de muchas maneras: a la plancha, al horno, empanado, con piel o sin ella, comemos la pechuga o muchos prefieren el muslo… pero, ¿Todo es igual?

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Como ya os adelanté en redes sociales, el muslo y la pechuga tienen distintas propiedades.

La pechuga tiene más ácidos grasos mono y poliinsaturados que son grasas saludables, tiene menos colesterol y más proteínas.

El muslo tiene más hierro y colágeno, está mas jugoso y tiene más sabor.

Entre comer o no la piel, la piel preserva el sabor y la jugosidad pero en dietas es mejor eliminarla:

100g de pollo con piel 167 kcal
100g pollo sin piel 112 kcal

La piel es mejor quitarla después de cocinarse ya que así mantenemos las propiedades, el sabor y la jugosidad del alimento y prevenimos frente a contaminaciones bacterianas.

Muslo y pechuga son saludables y podemos combinarlas siempre y cuando no hagamos el pollo empanado ni frito.